3 gasóleos 3 colores – Parte 1

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¿Que tipos de gasóleo hay y como se diferencian?

A B y C son las letras que designa el estado para clasificar el gasóleo según sector de venta y uso. Del mismo modo, 3 son los colores que se utilizan para el mismo efecto: amarillo, rojo y verde.

¿El motivo? Básicamente tributario aunque también existen ciertas diferencias en lo que respecta a las propiedades de cada una de las clases. ¿Cuál es cuál?

El A es el gasóleo amarillo, es el que tiene la tasa impositiva más alta y por consiguiente el más caro para el consumidor final

También es el gasóleo más refinado y por ende, el que utilizan los motores más ajustados, que son los que montan la mayoría de turismos y vehículos actuales. Este gasóleo, a diferencia del B y el C lo podemos encontrar en dos variantes: diésel y diésel premium (o plus) aunque luego cada compañía le asigna la marca comercial que más le conviene.

Antiguamente la diferencia principal entre estos dos gasóleos, residía en la cantidad de azufre que portaban uno y otro, pero desde que el estado, marcó ciertas restricciones en el uso de este mineral, las diferencias entre ambos productos se han ido reduciendo hasta casi desparecer y hoy en día, son mínimas. Así que es el aditivo que las compañías añaden, el que marca las diferencias.

El gasóleo B es el llamado “bonificado”, precisamente por su reducida tasa impositiva

Es utilizado en el sector industrial y agrícola; y últimamente también, en el doméstico para calefacción y agua caliente.

Debido a las grandes diferencias de coste respecto al gasóleo A, el B, viene tintado en color rojo para facilitar su identificación en caso de fraude.

El gasóleo C

También denominado DMA por algunas distribuidoras, es un gasóleo con la misma tasa impositiva que el gasóleo B y se utiliza para calefacción en hogares y en algunas industrias como la pesquera o la panadera (en hornos). Su tinte es verde y sirve principalmente para diferenciarlo de B y sobre todo del A.

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Color, letra y precio pero... ¿y sus propiedades?

Ahora que tenemos claro cómo se identifican y en que ámbito se utiliza cada uno, habría que preguntarse qué diferencias hay, más allá de su letra, color o precio; es decir, qué propiedades diferenciales tienen y como afectan estas, dentro y fuera de su ámbito de uso.

Para ello, primero hay que conocer tres de sus componentes principales. 

El aditivo, el azufre y las parafinas.

El aditivo, como su nombre indica, es un producto añadido después del destilado del combustible. Su función es la de mejorar las prestaciones originales del gasóleo aportando detergentes que limpian los sitios por los que pasa el combustible, antiespumantes y lubricantes para reducir la fricción y el desgaste, mejorando así la combustión de todo el sistema y por consiguiente reduciendo ligeramente el consumo.

Aunque cada compañía formula su propio aditivo, lo cierto es que todas dicen aportar más o menos las mismas ventajas.

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El azufre es un mineral presente en el crudo que suele permanecer en el producto final si no se elimina. Aunque desde hace algunos años viene reduciéndose (por normativa europea) sobre todo en los gasóleos A y B fijando los límites de azufre en 10 ppm y 20 ppm respectivamente, no sucede así en el C, que se mantiene en unas 1.000 ppm.

El problema del azufre, reside principalmente en dos factores, corrosión mecánica y contaminación ambiental.

La corrosión viene originada por el ácido sulfúrico que se genera al reaccionar los óxidos de azufre con el vapor de agua durante la combustión. Este hecho sucede principalmente en motores diésel, aunque también puede darse en algunos tipos de calderas.

Al iniciarse el proceso de oxidación, el principal inconveniente no es la perdida de potencia en si (que también) sino el aumento del consumo de aceite, debido al desajuste mecánico del motor y a una reducción de la duración del aceite lubricante por acidificación.

Este hecho irremediablemente, acorta la vida del motor pudiendo ocasionar averías a medio/largo plazo.

Respecto a la contaminación, esta viene provocada por el óxido de azufre que se expulsa por los escapes y que, al mezclarse con el vapor de agua que reside en la atmosfera, puede generar ácido sulfúrico y por consiguiente lluvia ácida.

Es principalmente por este último motivo, por el que la Unión Europea ha decidido rebajar los límites de azufre en los gasóleos y promocionar el uso de aditivos basados en urea como el Adblue.

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Las parafinas, son parte fundamental de la formulación química de los gasóleos, son el hidrocarburo que dota de poder calorífico al gasóleo y corresponden aproximadamente al 75% del compuesto.

Este compuesto está formado por diferentes tipos de moléculas, cada una con diferente punto de congelación y son las parafinas lineales las que cuando baja la temperatura se solidifican primero en forma de cristales, generando una pasta que puede llegar a obstruir los filtros.

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¿Y cómo se evita esto? Pues añadiendo un aditivo al gasóleo con el fin de disminuir el punto de congelación de las parafinas lineales. En la foto superior, podemos ver a través de un microscopio, la diferencia entre un gasóleo con aditivo y otro sin, donde los cristales en el no tratado son mucho mayores.

Sabiendo que papel juegan esos tres componentes y para no hacer demasiado extenso el artículo os emplazamos a la 2a parte dónde continuaremos analizando las principales diferencias entre los tres gasóleos y relataremos algunas de las leyendas urbanas, que giran en torno a este tema.